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  • Rosyrene Ramírez

Tras las huellas de Cecilia Valdés


"Cecilia", de Cosme Proenza

Conservo la reproducción de una pintura que me fuera regalada por un gran amigo, de quien luego descubrí que estaba emparentada. La obra en cuestión es “Cecilia Valdés”, inspiración de no pocos pintores.

Cecilia Valdés es un personaje de la famosa y más importante novela del siglo XIX cubano. Su autor, Cirilo Villaverde, además de obsequiarnos esa bella e interesante historia, describió a la par La Habana decimonónica, sus habitantes, barrios y costumbres.

Hace unos días visité nuevamente la ciudad en la que viví mi juventud y mi primera madurez.

De la mano de mi amigo – primo, el que me regalara la “Cecilia” que exhibo con orgullo en mi casa de Edmonton, santuario de recuerdos de mi patria, salí a recorrer las calles de La Habana Vieja. Otros dos viejos amigos nos acompañaban.

Calles por las que quizás antes caminé, hoy no recuerdo bien, barrios que conocí a medias….nos dejamos llevar por lo que parecía de mayor interés. Y descubría a cada paso una ciudad que conocía y no conocía. Se ve más cuando se regresa de lejos y se tienen contadas horas para tomar el pulso de lo que años atrás se tuvo a la mano y no se apreció lo suficiente.

El Parque Central, con tanta historia, el Parque de la Fraternidad con su Ceiba símbolo de la americanidad, plantada allí con tierra traída de todas las naciones del continente. El hotel Saratoga, con su largo y elegante portal, el teatro Martí donde tantas veces disfruté de obras del llamado teatro bufo cubano.

Ya en pleno corazón de la Habana Vieja, por intrincadas calles, mágicas calles plenas de historia, fue una delicia apreciar la arquitectura y, lo principal, la vida intensa de un barrio en el que las voces de sus moradores se mezclan con los cantos de los pájaros, la música, los pregones y olores disímiles.

Fue grato apreciar cómo se va rescatando el patrimonio citadino, los parques y museos, edificios impensables para un pequeño país insular. Y nuevos negocios que abren sus puertas y aportan lo suyo.

Fui feliz al encontrarme a un vendedor ambulante, pregonando “AJI CACHUCHA”, ese ajicito minúsculo que proporciona el sabor más delicioso a cualquier comida. Mis amigos asombrados me vieron comprar ají cachucha,

como si pudiera cargar con el botín hacia mis nuevas latitudes. Lo importante era llevar conmigo por las calles de La Habana Vieja y durante todo el día esa joyita de la gastronomía cubana…..

Llegamos al Callejón de los Peluqueros, pero no tuvimos la suerte de saludar a Papito, el alma del proyecto comunitario que tan positivamente ha repercutido en los vecinos y dueños de negocios instalados en la cuadra. En uno de ellos, el Café de las Artes de Aguiar, almorzamos, atendidos “como en familia” por el dueño.

Después de la exquisita comida y la sobremesa, fuimos de compras: pan para la casa de mi amigo – primo, libros y algunos recuerdos para mi familia. Esperando porque nos despacharan el pan, una señora nos confundió con “turistas extranjeros”, pero reaccionó de inmediato viendo el bolso lleno de ají cachucha que yo llevaba……….provocando un simpático momento de risas y picaresca cubana.

Y así, caminando en uno u otro sentido, con la escasa brisa de la tarde habanera, llegamos a la Loma del Ángel……….escenario de los andares de Cecilia Valdés. Presidiendo la plazuela, la centenaria Iglesia del Santo Ángel Custodio, donde fueron bautizados el héroe nacional cubano José Martí y el presbítero y maestro Félix Varela, “el que nos enseñó a pensar”.

En ese momento me transporté a la novela de Cirilo Villaverde, cuyo relato llega a su clímax en el pórtico de la iglesia. Me parecía ver a Leonardo Gamboa, amante y medio hermano de Cecilia, descendiendo por las estrechas escaleras del templo para caer ensangrentado después de que el mulato José Dolores Pimienta lo apuñalara.

La plazuela está llena de alusiones a esta pieza cumbre de la literatura cubana: un busto de Cirilo Villaverde, una escultura de Cecilia adolescente y llena de ingenuidad, pero carente de la sensualidad y prestancia que le debió caracterizar. Y me pregunté por el mensaje del escultor y lo asocié con otro que, cuarenta años atrás, siendo alumna del preuniversitario, recibí en una proyección comentada del documental pedagógico “Cecilia Valdés”, a cargo de Ambrosio Fornet, recio intelectual que con su verbo sobre Cecilia iluminó mi adolescencia y la del grupo de alumnos que tuvimos el privilegio de escucharle y de recorrer por él guiados las calles y lugares descritos en la obra.

Ese día yo interpreté a Cecilia, o imaginé ser Cecilia, y experimenté emociones que aún estar a flor de piel. Por eso, habiendo pasado tanto tiempo, al encontrarme nuevamente en la Loma del Ángel y conocer la escultura que en mis andanzas literarias de juventud aún no existía, lo comprendí todo: esta Cecilia del escultor, menuda, sin aspavientos de cuerpo, era yo. El artista se había inspirado en mi juvenil interpretación de Cecilia y no en la mulata desbordante que provocó amores apasionados y tragedias tropicales.

Mas información en Recorrido 1 #60

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